lunes, 28 de abril de 2008
El castillo de Neuschwanstein
El castillo Neuschwanstein,situado en Baviera, Alemania, es uno de los castillos neoclásicos más conocidos, fue el sueño hecho realidad del rey Luis II de Baviera (Alemania), y su construcción se terminó en 1886. Originalmente conocido como el nuevo Hohenschwangau, en honor al lugar donde el rey pasó gran parte de su infancia, su nombre fue cambiado tras la muerte del rey. Se podría traducir por "el nuevo cisne de piedra". La intención de Ludwig II era construir un castillo más grande y esplendoroso que el de su padre, el rey Maximilian II, llamado (el castillo) Hohenschwangau. A Luis II (Ludwing, en alemán) se le conocía como el “rey loco”, porque aparentemente no le gustaba vivir en el mundo real. Su sueño era construir un castillo de cuento de hadas y revisó personalmente la construcción del Neuschwanstein. Aunque probablemente su locura fuera una excusa de sus herederos, pues Luis II murió en circunstancias extrañas. Luis II quiso que el castillo fuese construido con materias primas bávaras, por habitantes bávaros. Esto posteriormente fomentó la artesanía del lugar. Por fuera el castillo debería parecerse a los de los cuentos de hadas y por dentro debería contener todos los avances tecnológicos de la época. Por dentro, además de continuas referencias a estos cuentos o a diversas leyendas y personajes medievales (Tristán e Isolda, Fernando el Católico), contiene una completa red de luz eléctrica, el primer teléfono móvil de la historia (con una cobertura de seis metros), una cocina que aprovechaba el calor siguiendo reglas elaboradas por Leonardo da Vinci. La belleza del Castillo Neuschwanstein está rodeada de hermosas vistas de los Alpes y una cascada, que podía ser vista desde la habitación del rey. El castillo fue tan fiel a la literatura de cuentos de hadas, que Disney lo escogió como modelo para su representación cinematográfica del cuento de La Bella Durmiente. Hay una réplica del castillo en el parque Disney. Luis II deja la capital, Munich, y se instala permanentemente en el castillo en 1884 supervisando su construcción, en concreto desde unas escaleras que constituían el lugar favorito para seguir los avances obtenidos. Tras no tomar medidas ante las amenazas por parte de la banca extranjera de embargar sus propiedades, es incapacitado en 1886. Lamentablemente Luis II sólo vió por algunos días su obra terminada, cuando en extrañas circunstancias murió ahogado en el lago Starnberb, en 1886, a los 41 años Los descendientes de Luis II vendieron el castillo al gobierno bávaro, pasando más tarde al alemán. La cantidad por la que lo vendieron iguala a los ingresos anuales actuales que el castillo obtiene de los turistas que vienen a visitarlo Actualmente, es finalista a ser elegido una de las Nuevas Siete Maravillas del Mundo
lunes, 14 de abril de 2008
Escritor español que defendió los ideales neoclásicos del teatro como escuela de costumbres. Nació en Madrid en 1737. Estudió en el colegio de los jesuitas en Calatayud y en la Universidad de Valladolid. Fue catedrático de Estética y Literatura en el colegio Imperial de Madrid. Defensor hasta la militancia de las ideas de la Ilustración, fundó la tertulia literaria de la fonda de San Sebastián, a la que acudían, entre otros, su amigos José Cadalso y Tomás de Iriarte; además se esforzó en introducir en España las formas del texto neoclásico francés, que no tuvieron aceptación popular. Es autor de los poemas didácticos La Diana o el arte de la caza, Las naves de Cortés destruidas (1765), de la obra de literatura erótica Arte de las putas (que se difundió en manuscrito hasta su edición póstuma en 1898) y de la obra brillante y costumbrista Carta histórica sobre el origen y progresos de las fiestas de toros en España (1777). Su interés teatral se refleja en los tres Desengaños al teatro español (1762-1763), el prólogo a su comedia La petimetra (1762), y las tragedias Lucrecia (1763), Hermesinda (1770) y Guzmán el Bueno (1777). Su hijo Leandro hizo publicar sus Obras póstumas (Madrid, 1821). Murió en 1780 en Madrid.
Suele llamarse así al conjunto de economistas que desarrollaron, en la segunda mitad del siglo XIX, el análisis marginal, complementando, profundizando y haciendo más general la teoría económica creada por los clásicos. El concepto de utilidad marginal significó para la ciencia económica una verdadera revolución que permitió comprender mucho mejor el proceso de intercambio, así como la forma en que realizan sus elecciones económicas los consumidores y productores y el modo en que se determinan los precios en el mercado.
Los neoclásicos no fueron una escuela en sí, como otras que se centraron alrededor de una figura principal o se desarrollaron en una determinada universidad, sino un movimiento teórico que contó con variados aportes independientes -no siempre perfectamente compatibles- que realizaron personalidades y grupos de trabajo diferentes. F.Y. Edgeworth, Irving Fisher y Alfred Marshall, en Inglaterra, junto con los fundadores de la Escuela de Lausanne y la Escuela Austríaca deben contarse entre sus figuras principales.
Gracias a los neoclásicos la economía adquirió la verdadera consistencia de una ciencia, pues se desarrollaron sistemáticamente los aportes anteriores y se les dio a los nuevos aportes teóricos una apropiada formalización matemática. Las principales afirmaciones de los neoclásicos se mantuvieron sin discusión hasta la aparición de las críticas que -desde el punto de vista de la macroeconomía- realizó John M. Keynes en los años treinta. A pesar de los cambios ocurridos desde esa época puede decirse, sin exageración, que el núcleo principal del aporte neoclásico se mantiene hasta nuestros días, habiendo pasado a formar parte integral del cuerpo teórico de la ciencia económica.
Los neoclásicos no fueron una escuela en sí, como otras que se centraron alrededor de una figura principal o se desarrollaron en una determinada universidad, sino un movimiento teórico que contó con variados aportes independientes -no siempre perfectamente compatibles- que realizaron personalidades y grupos de trabajo diferentes. F.Y. Edgeworth, Irving Fisher y Alfred Marshall, en Inglaterra, junto con los fundadores de la Escuela de Lausanne y la Escuela Austríaca deben contarse entre sus figuras principales.
Gracias a los neoclásicos la economía adquirió la verdadera consistencia de una ciencia, pues se desarrollaron sistemáticamente los aportes anteriores y se les dio a los nuevos aportes teóricos una apropiada formalización matemática. Las principales afirmaciones de los neoclásicos se mantuvieron sin discusión hasta la aparición de las críticas que -desde el punto de vista de la macroeconomía- realizó John M. Keynes en los años treinta. A pesar de los cambios ocurridos desde esa época puede decirse, sin exageración, que el núcleo principal del aporte neoclásico se mantiene hasta nuestros días, habiendo pasado a formar parte integral del cuerpo teórico de la ciencia económica.
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